Fecha: 27.03.2012

Autor: Anónimo

Asunto: Recordando

Desde mi ventana atisbo tu partida. Veo cómo te subes al coche, sin mirar atrás, con movimientos rápidos y seguros. Me quedo mirando la carretera por la que has desaparecido durante unos minutos. Aparto mi cara de la ventana y empiezo a recordar.

Intento encontrar en el suelo de la sala el lugar donde cayeron mis lágrimas al recibir tus varazos. El dolor ya no es ni un recuerdo, aunque sé que me dolió. Al ver esa pequeña manchita lo único que recuerdo es tu satisfacción, tus comentarios sobre el silbido de la vara en el aire, antes de caer sobre mi cuerpo. Tu pregunta sobre si podía aguantar más, mi respuesta ahogada por las lágrimas y la postura a cuatro patas...

Justo enfrente de ese punto, el sofá. Ahi, con el pecho apoyado en el asiento, me follaste con la fusta, removiéndola en mis entrañas. Ahí te di mi primera gota de sangre, tuya. La misma postura en la que me abriste el culo con el pepino que minutos antes llenaba mi coño, haciendo que me corriera una y otra vez, mientras tú, de pie, como un titán acechándome en las alturas, disfrutabas el espectáculo. El sofá con los círculos de humedad de mi flujo, con pequeños pegotes de cera que, sentado a mi lado, dejabas caer sobre mi cuerpo expuesto para ti.

Tampoco la cocina se libra de recuerdos. La mesa en la que me aseguras que me partirás otra vez el culo. Donde las espinas de una rosa se clavaron en mi piel mientras me azotabas.

Al entrar en el baño, mis ojos se dirigen automáticamente hacia la bañera, donde, aún húmedas, reposan las medias y la camiseta que llevaba cuando convertiste mi boca en fuente de tu meada, desde la cual caía, picante y caliente, mojándome.

Te pedí tu olor, y me lo has dejado. La camiseta que me trajiste no sólo está mojada de tu orina sino que tiene blancos lamparones de tu primera corrida. No puedo evitar acercarla a mi cara y lamer suavemente. La noto fría, casi reconfortante sobre mi piel recalentada.

Me acerco al espejo y veo mi cara enrojecida. De tanto frotarme contra tus piernas y tus pies, en un descanso, perra en el suelo por y para ti. Y de las bofetadas, mientras me llamabas puta y me escupías. Puta para ti.

Mis pezones aún están erectos. Y doloridos. Han sido pellizcados por tus manos y por las pinzas metálicas de las que tiraste de ellos, hasta hacerme levantar. Han sido acariciados por la cera caliente que vertiste en ellos y en mi coño, cada vez un poco más cerca, provocando estremecimientos en mi cuerpo. Aún puedo ver restos de la cera en mis pechos.

Me giro a medias intentando ver mis nalgas. Son las marcas que más me gustan. Has utilizado mi piel como lienzo para trazar dibujos a tu capricho con la vara. Líneas rojizas. Tus marcas. Pienso en pedirte que la próxima vez vengas sin afeitar, para dejarme más marcas en la piel, en el cuello, los hombros...

Al entrar en el dormitorio me asalta el olor picante del sexo. Miro la cama, revuelta. Ahí me follaste, en distintas posturas. Ahí te corriste, sobre mi mano, haciendo que después la pasara por mi coño y me masturbara con tu leche. Ahí me abrazaste y me susurraste al oído planes para el futuro, nuevas metas que alcanzar. Me hiciste temblar, aún no sé si de miedo o excitación, tal vez ambas cosas.

Ahí, en mi cama, en el borde, me arrodillé cuando me ceñiste el collar que ahora adorna mi cuello. El collar que representaba mi pertenencia a ti.

No quiero ducharme, no quiero recoger ni limpiar nada. No quiero airear las habitaciones. Quiero permanecer, para siempre, en esta burbuja de sentidos. Quiero esos pequeños dolores, esas molestias, esa humedad, ese placer que, aún recientes, firman mi entrega a ti.

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